EN UNA SOLITARIA BÚSQUEDA PARA ACERCARSE A DIOS, UN MONJE GEORGIANO (EL ÚLTIMO DE LOS ESTILITAS) HA VIVIDO POR VEINTE AÑOS EN UNA ROCA DE CUARENTA METROS DE ALTURA.
Maxime Qavtaradze ha estando siguiendo las tradiciones antiguas de los estilitas, o “Santos de pilar”: hombres del mundo bizantino quienes creían que residir encima de pilares los quitaría de la tentación y les daría oportunidad para el rezo y la contemplación.
Alguna vez casa de estilitas, el Pilar Katskhi, un monolito en la cordillera del Cáucaso, había permanecido abandonado por siglos hasta que en 1944 un grupo de escaladores llegaron a la cima y encontraron el esqueleto del último ocupante. El señor Qavtaradze se mudó allí en 1993 después de tomar votos monásticos, y encontró que lo acercaba más a Dios y lo ayudaba a borrar un pasado doloroso.
La vida solitaria de este monje salió a la luz después de que al fotógrafo neozelandés Amos Chapple se le permitió fotografiar a este hombre y su piedra, pero sólo después de haber pasado cuatro días en intensivos rezos.
Al principio, la vida en el Pilar Katskhi, fue muy dura para Qavtaradze.
“Los primeros dos años no había nada ahí arriba así que dormía en un viejo refrigerador que me protegía del clima”, apuntó el monje de 59 años. Más tarde, simpatizantes cristianos renovaron una capilla en ruinas y construyeron una cabaña para ofrecerle un poco de comodidad básica.
Qavtaradze baja dos veces por semana por una escalera adherida al pilar para rezar en un pequeño monasterio al pie de la torre. La bajada le toma alrededor de veinte minutos de arriesgado terreno. Y depende de las provisiones diarias que le mandan con una polea sus seguidores en tierra.
La vida solitaria de este monje salió a la luz después de que al fotógrafo neozelandés Amos Chapple se le permitió fotografiar a este hombre y su piedra, pero sólo después de haber pasado cuatro días en intensivos rezos.
Al principio, la vida en el Pilar Katskhi, fue muy dura para Qavtaradze.
“Los primeros dos años no había nada ahí arriba así que dormía en un viejo refrigerador que me protegía del clima”, apuntó el monje de 59 años. Más tarde, simpatizantes cristianos renovaron una capilla en ruinas y construyeron una cabaña para ofrecerle un poco de comodidad básica.
Qavtaradze baja dos veces por semana por una escalera adherida al pilar para rezar en un pequeño monasterio al pie de la torre. La bajada le toma alrededor de veinte minutos de arriesgado terreno. Y depende de las provisiones diarias que le mandan con una polea sus seguidores en tierra.
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